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Hola viajante perdido.

Mi único propósito aquí es auto aprender, como con casi todo que me gusta en esta vida, a colocar bien las comas y los puntos y a superar el terror del bolígrafo rojo de las tachaduras de los señores maestros. Una lucha no ganada desde mis años mozos. Parece que las siga viendo aún en mis escritos.
He pasado muchos años sin escribir ni una linea y a ver que ocurre. Espero dejar algo de mi personalidad en todos estas frases conectadas entre si por un motivo, no aburrirme demasiado en mis horas muertas.

sábado, 11 de octubre de 2008

El tatuaje.

Al pasarse la toalla por su piel recién salida de la ducha y mirarse con los ojos cansados de la edad, se vio realmente como era. La piel blanca esquivada por el sol, carente de esa elasticidad que la juventud se había llevado con ella olvidándose sin embargo el negro de los tatuajes. Ellos continuaban allí, ahora con una sonrisa maliciosa recordándole que ella envejecía más rápidamente, que todo había cambiado. La vida le había hecho cambiar y todo en su vida le había salido rebelde. Su hijo, su marido y también ellos, sus tatuajes. Recordaba ahora los días en que decidió hacérselos por primera vez, primero uno, después dos, después un tercero. A cada tatuaje su cabeza le decía que se alejaba de lo que ella era. Su imagen por un lado y su persona por otra. Con el primero de ellos, quería ser más agresiva. Una mujer poderosa en parte, a la que se tuviera en cuenta. Veinte años tenía. De piel morena en verano y de una blancura dulcemente ininterrumpida en invierno. Aquel primer tatuaje le hablaba solamente a ella en la intimidad de su habitación. Era un amor entre ellos dos, oculto él bajo las ropas donde nadie podía interponerse. Ella lo miraba antes de irse a dormir, antes y después de lavarse cada mañana. Solo lo enseñaba cuando estaba con el grupo de amigos en aquellas tardes de después de salir del instituto. Luego se iban a dar una vuelta con las motos hasta la hora de dormir, cuando ya se daban las buenas noches. Le miraba con la mirada limpia y le agradecía que gracias a él tenia de que hablar con los chicos mas rebeldes. Pues pasaban la tarde comentando nuevos bocetos en los que dibujar en sus pieles y así formar una sinfonía de reclamos instintivos. Como animales de ciudad, que desplegando sus colores mas llamativos se harían respetar y desear. El segundo tatuaje una vez decidido y alentado por la idea colectiva de sus nuevas amistades, tenía que ser algo majestuoso y por supuesto más visible que el primero. Surgiría de partes no visibles y se ramificaría por la espalda hasta el encuentro de su barriga donde moriría perdiéndose en el interior de su ombligo. ¡Aquellos si que era una tatuaje! Cuando caminaba por la calle se veía a si misma con los ojos de los espectadores que por su camino se cruzaba. Llevaba la ropa justa para vestir a su nuevo amigo que a diferencia del primero era compartido con todo el mundo y mostrado orgullosamente. Ahora nunca caminaba sola porque tenía la mente ocupada en adivinar lo que pensaba cada persona anónima que como ella paseaba por la calle, con la diferencia de que ellos pensaban en ellos mismos y ella entraba en sus mentes para leer sus deseos acerca de ella. Su caminar había cambiado, pasos mas decididos, más seguros, más dirigidos hacia su futuro. Esa idea de ser deseada le acompañaba en cada paso que daba. Al principio le gustaba esa sensación, era algo nuevo en ella, se sentía sexy y deseada, había pasado de ser una cría a convertirse en una mujer con todas las posibilidades que le venían a su cabeza y que solo había tenido ocasión de ver en las telenovelas de la televisión. Claro que se había sentido así anteriormente, pero era diferente porque ellos eran solo críos de colegio adentrándose, también, en un mundo de deseos e instintos. Ahora se sentía en el ojo del huracán atrayendo a todos los que se cruzaban por su ruta destructiva. Pero la angustia venia cuando se daba cuenta que su imagen no era reflejo de su carácter, porque continuaba siendo la chica dócil y tranquila que poco tenia que ver con la apariencia que su cuerpo tomaba y que sus tatuajes proclamaban con una voz propia quien no era. Pronto dejó de gustarle esa sensación y su mente no podía dejar de crear historias sobre los pensamientos de los demás. Habiendo momentos en los que reflexionaba si no sería ella la que tramaba esas historias que solo en su imaginación existían.

Recordaba sus discusiones con sus padres, que al verla convertirse en otra persona temían que cayera en manos de malas compañías, cosa que le parecía injusto porque ella siempre les había hecho caso y siempre había actuado con sensatez. También era conciente de que ahora sus intereses se dirigían más al campo de la experimentación y vivir la vida. El tercer tatuaje le vino la idea de las aburridas clases de literatura y el termino “carpe diem” que definía muy bien su ideal de manera de ser. Cuando no tenía el valor de hacer algo se llevaba la mano hacia él para obtener, de esas palabras grabadas en latín sobre su piel, la fuerza que su voluntad no era capaz de proporcionarle. Así conoció a Fran, el chico que se sentaba en las sillas de atrás del aula. Asistía solo a las clases de la mañana porque era las únicas horas que se estaba más caliente en la clase que fuera en el jardín o la cantina. Con él hizo las primeras “campanas” y con ellas los primeros encuentros en sitios del colegio donde no habían estado diseñado con ese fin. Ese año perdió el curso, la virginad y un trocito de su corazón pues después de seis meses de encuentros y encierros en el garaje de sus tíos, le dijo que aunque parecían iguales no lo eran y era mejor empezar a conocer otras personas. A los dos días él salía con la más petarda del instituto. Lo que más echaba de menos de él era el encuentro entre su cuarto tatuaje, con forma de supernova, inspirado en una aburrida clase de ciencias, y su lanzadera espacial, que en ocasiones, recordaba ahora, alcanzaba demasiado rápido la velocidad de la luz. Aun así recordaba haberse levantado de sus propias cenizas como el ave fénix, que poco después llevaría posado en su omoplato dispuesto a alzarla hacia el cielo para dejarla caer suavemente en un jardín de armonía. Con él empezó lo que sería una serie de amores cortados por un mimo patrón. Todos empezaban de la misma manera con el hilo conductor de los tatuajes, cosa que finalmente a base de repetirse desengaño tras desengaño llegaría a cansarse de esas conversaciones que como cien hojas de calco puestas una debajo de la otra volverían a ser escuchadas meses tras meses. Llegó a pensar que donde ella leía su vida a través de los tatuajes ellos leían alguna otra palabra que la definía perfectamente para sus actos. Recordaba a todos y a cada uno de ellos. Los recordaba, no como llegaron pero sí como se fueron. De esa época recordaba como se dejó llevar sin importarle demasiado el final de todo aquello, pues también era en parte lo que le apetecía en ese momento. Siempre presente el vivir la vida, que años atrás se había hecho grabar. Si algo se preguntaba ahora, mientras quietaba el vaho del cristal, era si no había perdido entonces el tiempo y alguna que otra oportunidad de conocer a alguien que realmente la entendiera o que la aceptara. Si hubo alguien seguramente no se atrevió a acercarse lo suficiente atemorizado de que tomaran vida los seres que en dos dimensiones poblaban cada rincón de su cuerpo.
Así que saciada de experiencias que la hacían sentirse vacía, pensó que vivir la vida también era no hacer nada, pues había tiempo para todo y vestida mas tapada que nunca, tomó el rumbo de su nueva vida. Ocultando a ella y al mundo exterior la leyenda de su corta vida que formaba su cuerpo, como si fuera un tótem que se desplazaba sin ilusiones por la vida. Intentó hacer limpieza de su alma y acabar como fuera sus estudios y pensar en encontrar un oficio, que debería ser de monja o esquimal para poder ocultar todo el arte que llevaba encima. Pero por mucho que tratara de taparse, cada noche al ir a dormir, los recuerdos le asaltarían con la visión de su piel y lo que ella le transmitía. Solo quedaba la solución de no encender la luz y hacerlo todo a oscuras. La oscuridad la relajaba y empezó a ser parte de su modo de vivir y la oscuridad le llegó al conocer la prematura muerte de su padre, arrancado de su lado por una fulminante enfermedad. Ese sería el tatuaje mas duro y con mas sentido de todos los que hasta entonces llevaba.
A partir de ese momento todo fue vertiginoso. Su independencia, sus primeros trabajos, que le descubrieron un nuevo ritmo de vida más monótono y menos valorados. Y como no podía hacer frente a todo el gasto económico que suponía su nueva vida, alternaba su trabajo con el de servir copas en un bar musical, por el que pasaban todo tipos de grupos con sus instrumentos, amplificadores y toda una gama de tatuajes por conocer. Así, y después de dos años, empezó una relación a tres bandas: ella, el que sería el padre de su hija y las botellas de Whisky.
A su hija siempre le contaría que su padre autentico se llamaba Jonhy Walker y que ha diferencia del biológico, ella siempre sabia donde encontrarlo y que su amor por ella era mas sincero porque sabia que Jonhy se iba con ella por el dinero que costaba una botella. En cambio su padre biológico le juro miles de veces que la quería y acabo desapareciendo más rápido que la temporada de conciertos de verano. Jodidos músicos recordaba ahora, tatuados como bestias a los que hay que temer y en el fondo eran corderitos con miedo hasta de su propia sombra.
Ya no quiso más hombres, no quiso más tatuajes ni los suyos ni los de los demás. Ahora tenia que sobrevivir con los que llevaba puestos y aguantarse las nauseas cuando sus porteadores de recuerdos en forma de dibujos alojados en su piel, le daban la real gana de revivir recuerdos que no podían ser escondidos como si en su día en folios hubieran estado dibujados. Hubiera preferido acarrearlos en una carpeta para toda la eternidad y dejarlos allí enjaulados para que nunca pudieran ser libres y vagar a su antojo por su conciencia.
Paradójicamente la estabilidad la encontró en el cuerpo y la mente de un tatuador que a diferencia de ella si estaba en armonía con su cuerpo, o como lo llamaba él con su templo del arte post moderno. Tatuado sí pero, a más de vegetariano no probaba el alcohol y le encantaban los niños aunque fueran un poco sosos de piel. Recordaba como podía pasar horas mirando en la cama las diferentes historietas que conformaba su cuerpo, con caras desconocida pero que ahora conocía sus nombres pero que nunca quiso saber quien eran pues prefería darles cada día un nuevo origen y reinventar la historia. Para conseguir eso mismo en ella. Copió en ella misma unos cuantos ejemplos, que entre los suyos, le daban un poco más de calidez a su cuerpo. Hasta el día de su muerte al cabo de diez años a causa de un cáncer de piel, se llevó a la tumba su cariño, sus ríos de tinta y un hígado envidiable después de no haber probado el alcohol en décadas. Así para conservar su recuerdo añadió a su colección epidérmica sus buenos recuerdos con el y su hija ahora ya mayor. Ella, su hija, nunca se hizo uno en su piel, la conservó lisa solo cambiante a la época del año. De cuerpo esbelto y rasgos achinados herencia de los genes manga de los tatuajes de su padre, lucia en plenitud su dorada piel con vestidos que le esculpían su cuerpo. Como decía ella los dibujos en las hojas y en la piel solo un buen perfume. Su relación con ella se había distanciado a raíz de una oferta de trabajo en el extranjero, ahora solo se basaba en una llamada una vez al mes y una visita cada dos veranos. En honor a ella no hizo tatuaje alguno si no que dejo un espacio en blanco como una isla en un océano de tinta, que le recordaba su pureza y su amor por ella sin aditivos químicos.
Sola en su casa solo podía oír la voz de sus propios tatuajes que con un resentimiento propio de celos le hacían saber el desacuerdo que experimentaban por no ser los únicos. Como si la enredadera que moría en su ombligo fuera creciendo internamente hasta alcanzar los pulmones y le cortara el aire. Como un torbellino de contradicciones le estallaban en su cabeza incapaz de hacerlos callar y volviéndola cada vez un poco menos cuerda.
Ahora con mezcolanza y a las puertas de la muerte, repetía delante del empañado espejo y acariciando el ya casi extinto tatuaje. “-Carpe diem”, “-Carpe diem”.

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